sábado, 22 de julio de 2017

¿De qué hablamos cuando hablamos de guiar?

                                                              “La imaginación es más importante que el conocimiento”
(A.    Einstein)

“El guía dice su nombre, le cuenta que recorrerán la ciudad y arrancan. De  ahí en más, se suceden expresiones reiterativas de este tipo: “a su derecha, pueden observar...., “a su izquierda, tienen....”, “allí, adelante, miren...”. Se multiplican una y otra vez esas expresiones, acompañadas por imágenes de  edificios, templos, parques, sitios históricos y mucha, mucha información. (...)El guía se despide ante un público que tiene un cócktel de fechas, personajes y lugares, algo de cansancio, ganas de llegar a su habitación del hotel y la sensación de haber cumplido con una obligación cultural”
                                                                                           (C. Bertonatti)

Un post publicado en una reconocida red social[1] me permitió hace un tiempo reflexionar sobre las implicancias de la praxis y las estrategias discursivas del Guía de turismo. En él se planteaba una opinión rotunda y desaprobatoria sobre el desempeño de un Guía que, mientras recorría el centro de Lima ―específicamente el pasaje Santa Rosa― con su público, explicaba las prácticas ancestrales y sagradas del Perú antiguo, como el consumo del san pedro y la ayahuasca[2]. Según el post, la razón de la desaprobación consistía en que por el lugar y la audiencia, —turistas extranjeros, — el guión era incoherente e inapropiado, pues desaprovechaba el sitio transitado.








El pasaje Santa Rosa está en el centro histórico de la ciudad de Lima, dispuesto entre la Plaza Mayor y el jirón Camaná, corta en eje una de las manzanas de la plaza más importante de la ciudad: está en el centro del centro. Está rodeado de arquitectura muy tradicional limeña que, si bien no es virreinal, evoca esta época claramente con las arquerías hacia los lados que complementan los portales, los arcos de medio punto, las farolas y fanales, sumados al protagonismo de los balcones[3]. Lo más notable del pasaje es un monumento central, una gran piedra o huanca dedicada a la memoria de Taulichusco, último gobernante de la ocupación prehispánica de Lima. Pieza que sugiere el pasado milenario de la ciudad que en el sitio ya no es tangible ni evidente, y que, sin embargo, está presente en su traza y en su índole.



Sabemos que un guiado convencional es estricta y escrupulosamente descriptivo, cada lugar, sitio, objeto o detalle es descrito en sus caracteres más generales, y en algunos casos, en los específicos. Inclusive, algunos profesionales del guiado pretenden no dejar nada por decir, saturando a los oyentes con detalles que son evidentes, es decir, que ya conocen sin necesidad de mediadores, bien por su obviedad, bien por formación. No obstante, ¿no es válido que un guía, mientras trabaja en un espacio, aluda a otras instancias, lugares o prácticas? ¿se puede deslegitimar una praxis creativa que decide evocar para el público tiempos y saberes alternos? ¿No es pertinente relatar nada que no se evidencie de modo concreto en el recorrido? ¿de qué hablamos cuando hablamos de guiar?

No hay una respuesta única ni concluyente frente a estas preguntas, sin embargo, sugerimos atender a uno de los pilares de la interpretación del patrimonio: la creatividad en los guiados para lograr hacerlos más atrayentes y efectivos, desde luego, sin llegar al extremo del recurso pirotécnico o trivial. Pensamos que, por tanto, se precisan Guías dispuestos a abandonar las descripciones puntuales para estructurar un discurso más fino y original, que revele un trabajo más cuidadoso y permeable con las necesidades del público; un guiado más atractivo y desafiante, que permita y dé horizonte a la interpretación. Necesitamos Guías que estén dispuestos a contar aquello que está reducido, lo que está oculto en los márgenes, que no es evidente pero que a la vez está ahí, esperando ser enunciado.
A propósito del caso citado, el guiado en el pasaje Santa Rosa, pensamos que la relación entre la huanca central y el periodo del Antiguo Perú ha sido la motivación para explorar otras prácitcas de la época. Pensamos que esa exploración es absolutamente legítima porque cuando hablamos de guiar hablamos de una práctica creativa, que no debiera satisfacerse sólo con nombrar y describir, sino operar sobre los sitios y objetos de manera que la comunicación evoque, reconstruya y permita que el visitante cree vínculos afectivos con aquello que se presenta. La huanca del pasaje Santa Rosa es un monumento a un pasado limeño, ― nos referimos al centro de la ciudad― que ha perdido, desafortunadamente, casi todas sus evidencias materiales, y que por ello debe ser expresado para completar su esencia. 

Por último, creemos que no solo es válido que cada Guía determine su propio guión, sino que también es necesario. Desde este espacio apostamos por las interpretaciones originales que se esfuercen por revelar lo que está latente. Que traten de estimular la imaginación de sus oyentes y de mantener el entusiasmo por el descubrimiento. el seductor juego entre lo que se dice y lo que no se puede llegar a decir, pero sí comunicar.





[1] La red social aludida es Facebook, no hacemos mención del post original, ni de su autor, ni del Guía aludido porque no es necesario a nuestros fines.
[2] Tanto uno como otro tienen efectos alucinógenos y eran usados para comunicarse con los dioses. El consumo de estos productos ha quedado registrado en las obras de los peruanos antiguos, en las tallas y modelados, sin dejar duda de su sentido sagrado y religioso.
[3] Son edificaciones importantes tanto por su imponente arquitectura como por las instituciones que las ocupan: la Municipalidad de Lima y el club de La Unión.






lunes, 15 de mayo de 2017

Guías Oficiales de Turismo: problemas y posibilidades. Una aclaración necesaria

  

Fig 1. Acuario o Enero. Antonio Bisetti (at).
 Serie de los doce meses o Serie del zodíaco (1858-59) 
Alameda de los Descalzos, Rímac, Lima, Perú.




Nunca debemos subestimar lo que una palabra puede decirnos
                                                               H.G. Gadamer



Uno de los fines que perseguimos en este espacio es abrir la discusión sobre la labor del Guía de turismo, sus perspectivas, objetivos, y las estrategias más convenientes para lograrlos. También pretendemos que los Guías de turismo reconozcan la necesidad de ser auténticos intérpretes. Para llegar a esa meta pensamos imprescindible advertir los errores más comunes de los profesionales del guiado patrimonial para, tras su aclaración y reconocimiento, avizorar un horizonte promisorio de superación. Por ello, las siguientes consideraciones puntualizan algunas costumbres comunes y equivocadas en la praxis de los Guías de turismo, porque entendemos que su recurrencia ha llegado a instituir una suerte de estereotipo funesto y porque, así mismo, advertimos que esas praxis contienen potencialmente la solución o el camino para lograrla, contiene espacios de los que pueden nacer nuevas perspectivas y oportunidades.

La forma de guiado, y al mismo tiempo error más común, es el del Guía memorista, que con una disciplina escolar decimonónica memoriza todo lo que compone su guión, y lo dice, sea por inseguridad sea por dejadez, como un guión cantado. Esta opción es tan recurrente que ha llegado a forjar un estereotipo, que cruza tiempos y geografías, absolutamente deforme y caricaturesco del oficio. Con él, el público siente que su guía tiene un discurso previamente definido, que repite sin convicción ni motivación. Es inaceptable. Cerca de este modelo, el Guía catedrático que se prepara para hacer en cada recorrido una especie de “cátedra”. No memoriza el guión pero lo construye a medida que desarrolla su recorrido bajo el imperativo de “enseñar” a su público; es decir, se nutre debidamente, pero para demostrarlo necesita verterla completa en cada recorrido. Si bien es cierto se estima que el guía debiera ser erudito, en el mejor sentido del término, no se debe olvidar algo fundamental: el Guía debe de interpretar el patrimonio, es decir, debe escoger entre opciones múltiples el discurso o guión adecuado para cada público. En ambos casos, la dificultad principal es la comunicación o la conexión empática con el oyente.


















Fig 2. Simón Bolívar. Óleo sobre tela. 
José Gil de Castro.  1823 c
 MALI, Lima, Perú. 





        Ciertamente, en nuestro medio se privilegia el guión frente a la capacidad comunicativa, ello es deducible de la decisión tomada por varios museos limeños de tener como guías a jóvenes estudiantes de historia, historia del arte o disciplinas afines[1]. Por lo tanto, no es extraño que se forjen praxis que puntualicen de manera deforme y unívoca el guión. De hecho, estos modelos de Guías el memorista y el catedrático están a la mitad del camino necesario para tener un desempeño óptimo, pues tienen definida la estructura del guión. Cuando se privilegia el discurso, hay un respeto muy rescatable por los contenidos y la investigación prolija, detallada y escrupulosa del patrimonio, una práctica que siempre será indiscutiblemente saludable y necesaria, que se debe complementar con criterio y sentido comunicativo. Hay en ellos un problema y una pronta solución.
De otro lado, también incurren en un evidente error los Guías que pretenden entretener a los viajeros, pues están seguros de que éstos vienen al Perú solo a divertirse, y al mismo tiempo creen que los contenidos patrimoniales son aburridos. Como consecuencia desdeñan la interpretación que proporciona la historia, la arqueología, la antropología, la historia del arte. Seleccionan los contenidos patrimoniales desde la absurda dicotomía aburrido-divertido, operando y decidiendo, incorporando y desechando desde la subjetividad y la experiencia personal la información patrimonial, sin reconocer que el viajero que visita el Perú guarda expectativas relacionadas con los conocimientos que desdeñan. El contenido patrimonial no es aburrido; desde luego, sí lo puede ser el modo de comunicarlo. Muy cerca de este modelo hay un pequeño porcentaje de Guías histriónicos, que por atraer al receptor termina usando recursos que causan demasiado impacto: hacen énfasis vocales desmesurados, tocan los objetos, hacen sonidos, dan golpes. El Guía histriónico intuye que debe de atraer la atención pero no sabe cómo y recurre a métodos pueriles que terminan quitando seriedad a su trabajo, conspirando contra sí mismo.

La gran virtud de ambos modelos está en su interés por el receptor, encaminado de modo inadecuado, pues van en busca de los fines sin atender a los medios que permiten lograrlos deducen la importancia y el carácter esencial de la comunicación. Les falta reconocer que un buen guión es la herramienta primordial de un Guía Intérprete, con él y la potencia comunicativa logrará una interpretación óptima. Estos modelos deberán centrarse, como consecuencia, en producir un buen guión. Por supuesto, no es fácil. Fácil y cómodo es pensar que presentar un estilo artístico resultará tedioso y aburrido, poco significativo. Lo importante es asumir el reto de hacerlo de modo cautivante para que el oyente encuentre razones para interesarse y luego conmoverse.
En estas cuatro tendencias y sus fluctuaciones se resume la mayoría de problemas de las praxis de los Guías de turismo[2], y en todas está el atisbo de un crecimiento y una pertinente superación, buscarla día a día debiera ser el norte de todo buen Guía. Desde las palabras propias del complejo mundo de la interpretación del patrimonio hasta la sumersión en los procesos comunicativos propios de un buen guiado, pensamos que podemos volver recurrentemente a los frágiles límites de la praxis del oficio, frágiles no por inestables ni contingentes, sino por su naturaleza permeable y moldeable, o por nuestro legítimo derecho a cuestionarlos. Guías, volver a esos límites, frecuentarlos, confrontarlos y renovarlos: ésa es la difícil tarea que los sigue esperando.



[1] Hemos visto horrorizados alguna vez a estos jóvenes inexpertos enojarse al no ser escuchados con atención por los niños, y levantar la voz, entre otros errores fatales.
[2] No consideramos como problema, porque evidentemente no lo es, la decisión de algunos Guías de diseñar y desarrollar recorridos pobres, carentes de una investigación sólida, o con algunas ya superadas, creyendo que con ello es suficiente porque finalmente el turista —sobre todo el extranjero,— desconoce absolutamente lo que viene a ver. Frente a ello solo sugerimos que el oficio obliga, la ética obliga a ser un correcto intérprete. Si no se quiere producir un guión sólido, es mejor decidirse por otra ocupación que no dependa de la lectura y la cuidadosa investigación.

viernes, 24 de marzo de 2017

¿Qué significa interpretar el patrimonio? ¿Cómo lograrlo efectivamente?


         Imagen 1:  Luis Montero: Los funerales de Aythualpa. 1867. 350 x 537 cm. Óleo sobre tela. Museo de Arte de Lima. 



Nada podrá medir el poder que oculta una palabra. Contaremos sus letras, el tamaño
que ocupa en un papel, los fonemas que articulamos con cada sílaba, su ritmo,
tal vez averigüemos su edad; sin embargo, el espacio verdadero de las palabras,
el que contiene su capacidad de seducción, se desarrolla en los lugares más espirituales,
 etéreos y livianos del ser humano.
Alex Grijelmo

Solo el amor engendra la maravilla

Silvio Rodríguez


La interpretación del patrimonio es, para los Guías y profesionales vinculados al turismo, un hermoso desafío que supone lograr que el público visitante se sienta radicalmente involucrado con la experiencia de conocer un sitio o un objeto, y logre construir algo propio a través de esa experiencia, llevándose un conjunto de saberes significativos y emociones.
Para cumplirlo es preciso antes dejar de lado dos modelos o roles casi polares que se han venido ejerciendo entre los Guías durante mucho tiempo: el Guía instructor y el Guía divertido. El Guía instructor cree que su labor se centra en impartir conocimientos, pretende ser escuchado sin dar posibilidades de interacción al oyente y sin tomar en cuenta sus intereses. A pesar de ser un modelo que aún algunos museos tradicionales implantan y fortalecen, no es recomendable, pues el visitante no encontrará motivos para seguir el discurso. Recordemos que, como señala Morales “el público que está en su tiempo libre no está obligado a poner atención” (Arévalo y...15). Del otro lado de la misma moneda está el Guía que cree que su único fin es entretener a sus oyentes, esforzándose por ser divertido. Es cierto que es una opción que toma en cuenta al público, mas tampoco es absolutamente fiable porque la intención de entretener perdiendo de vista la interpretación, trivializa fatalmente el discurso simplificando hasta el absurdo los contenidos patrimoniales.  Es inaceptable[1].

¿Qué significa interpretar? ¿Cómo lograrlo efectivamente? En primer lugar, “La interpretación es una forma de comunicación basada en una misión, que tiene la finalidad de provocar en la audiencia el descubrimiento de significados personales sobre objetos, lugares, personas y conceptos, y forjar conexiones personales con ello” (Ham, 9) El Guía intérprete adapta y condiciona el guión a su público con el objetivo de que éste se lleve una experiencia significativa: el receptor debe sentir que esos saberes lo involucran, lo envuelven, lo tocan. Como consecuencia, el visitante debe, para decirlo en palabras de Tilden, “ceder ante la provocación” del proceso interpretativo y llevarse a partir de la experiencia, una inquietud, un deseo, una emoción.
Pues bien, un ejemplo concreto: si interpretamos el segmento dedicado al arte del siglo XIX  de la colección permanente del Museo de Arte de Lima, podemos elaborar un guión interpretativo de las obras desde diversos enfoques, y usar algunos o todos juntos en los recorridos. La historia del arte proporcionará el material principal, se puede explorar el lenguaje formal y el contexto de las obras; el tema reproducido y sus relaciones, el repertorio simbólico, el mundo del autor, entre otros. Si presentamos la pintura de Los funerales de Atahualpa[2] (Imagen 1)de Luis Montero ante receptores neófitos, probablemente saber del academicismo y sus rigores plásticos no les diga mucho; no obstante, podremos lograr que nuestro público se rinda ante su poderoso lenguaje enfatizando su carácter descriptivo. Si presentamos El entierro del mal cura, de Francisco Laso, (Imagen 2) se debe relacionar con la tradición del Manchaypuito, romántica historia de amor que seducirá a nuestro auditorio; en ambos casos dar relevancia al tema hará que nuestro público se lleve una experiencia emotiva.
Para interpretar eficazmente es necesario emplear dos recursos que consideramos insustituibles: primero, las palabras certeras. Algunos estudios sobre el tema, como el de Ham, proponen un listado de verbos que considera arraigados en el núcleo afectivo del público, y aconseja usarlos intencionalmente para causar el impacto deseado. Por ello es oportuno recordar el poder persuasivo y seductor de las palabras. Según la psicolingüística, las palabras trascienden al campo racional pues están arraigadas en el inconsciente, trasmiten una herencia cultural y están estrechamente  ligadas al campo afectivo, aprovechar esa latencia en el proceso interpretativo será crucial. Segundo, la mayor herramienta del intérprete es su propia convicción y su afecto hacia los objetos o sitios, pues las pasiones movilizan pasiones. Para enfatizar esta realidad Tilden echa mano de un ejemplo de un guardabosque que mientras guiaba “Infringía casi todas las reglas aceptadas como técnicas para tratar con un grupo. Me horrorizaba su abuso de la taxonomía en latín. Sin embargo, durante todo el caluroso y polvoriento viaje los cansados pies de los visitantes se mantenían junto a él, y comencé a entender el porqué. Era el amor. Este empleado temporal amaba con pasión todo el entorno que mostraba y describía; transmitía ese amor y lo traducía en comprensión. ” (76) No obstante los errores, el intérprete mantenía concentrado a su público porque evidenciaba, mediante la comunicación, las palabras y los gestos el profundo amor que lo unía al lugar. Aunque parezca no es vana retórica, si queremos persuadir al público visitante y convencerlo radicalmente de que un lugar o un objeto patrimoniales son únicos, insustituibles y acogedores, debemos antes estar convencidos de ello, y sólo el amor lo logra. La comunicación del patrimonio será siempre, en esencia,  una comunicación de afectos.










Imagen 2: Francisco Laso: El entierro del mal cura o el Manchaypuito. Ca 1860. 1868. 71 x  328cm. Óleo sobre tela. 
Museo de Arte de Lima. 



Referencias:

Arévalo, María; Mendoza, Marhta y Umbral María (2011). “La interpretación del patrimonio, una herramienta para el profesional del turismo”. En El Periplo Sustentable, Universidad Autónoma del Estado de México, 20, enero –junio, pp. 9.30. Revisado en la Red, 5 de marzo de 2017. http://www.redalyc.org/pdf/1934/193417856002.pdf

Ham, Sam H. (2014). Interpretación. Para marcar la diferencia intencionadamente. Asociación para la interpretación del patrimonio.

Tilden, Freeman (2015). La interpretación de nuestro patrimonio. Carolina del Norte: University of North Carolina Press y Asociación para la interpretación del Patrimonio, 2015.



[1] Las nuevas generaciones son nuestra esperanza, pues entienden que, mucho esfuerzo mediante, lograrán ser Guías Intérpretes. Ante la pregunta de por qué quiere ser Guía, un alumno que tiene cierta experiencia en el campo, sostuvo que su decisión responde a que cuando guía se siente satisfecho y estimulado al lograr expresiones de asombro y agradecimiento en los rostros de sus visitantes. Esa capacidad para salir de sí y centrarse en el receptor es lo imprescindible. Las nuevas generaciones son nuestra esperanza.
[2] En siguientes artículos haremos un detallado ejercicio interpretativo de esta pintura. Su historia y sus dimensiones físicas son impactantes por sí mismas.

viernes, 10 de marzo de 2017

El Guía Intérprete ¿Por qué y para qué?





“El arte del viaje induce a una ética lúdica,
una declaración de guerra a cuadricular y cronometrar la existencia.”
Michel Onfray


“El ser humano aprende en la medida en que participa
en el descubrimiento 
y la invención.”
Ernesto Sábato




Imagen 1: Estrella de la mañana, símbolo mariano, detalle de la cubierta de la capilla central, 
Convento de la Buena Muerte,  Barrios Altos, Lima, Perú



Cuando pregunto a mis alumnos qué los lleva a optar por ser Guías de Turismo, las respuestas son variadas pero casi todas se centran o culminan en la experiencia del viaje: quieren ser Guías porque aman viajar. Entonces los animo a cuestionarse sobre las propias experiencias, les sugiero pensar en qué hace de un viaje una vivencia placentera, única y feliz. Y las respuestas se tornan muy interesantes: “porque podemos conocer lugares”; “porque vivimos fantásticas aventuras” o “porque nos acercamos a nuevas costumbres y personas diferentes”. Por fin, reflexionamos juntos acerca de aquello que los viajes nos dan: generosa amplitud de mundo y de pensamiento, curiosidad y tolerancia ante lo diferente, asombro frente a lo desconocido, construcción de un mundo propio mejor y más firme, oportunidades y esperanza de sentir que empezamos de nuevo y un largo etcétera: porque viajar nos da la oportunidad de crecer y reformularnos, de ser distintos, de humanizarnos.   

Es cuando les hago saber que la carrera que han escogido estará llena de logros que requieren mucho trabajo y empeño, y deberá proyectarse a lograr que los visitantes no solo sean felices, que ya es bastante, sino que les darán, mediante sus interpretaciones, la oportunidad de asombrarse frente a lo desconocido, de ser generosos y tolerantes, de humanizarse. No es tarea fácil: se trata de un arduo empeño que durará toda la vida, de formación y adiestramiento, de lucha contra los lugares comunes, de responsabilidad afrontada, porque el Guía que no se hace cargo de sus deberes de intérprete se vuelve fatalmente prescindible. Por último, el viajero encontrará en el Guía intérprete a otro viajero y se creará el lazo de complicidad frente a la pasión por los viajes y la búsqueda irrenunciable y permanente de lo nuevo. Un vínculo que se fragua.

El antecedente directo del Guía Intérprete actual son los Cicerones del siglo XIX[1], época de cambios profundos y desbordantes en todas las áreas, que permitió el surgimiento de la idea del viaje vinculado al ocio y a la diversión (Méndez Rodríguez, 371). El espíritu romántico, fascinado por la búsqueda de mundos exóticos, terminó por redondear la idea del viaje por placer y por la necesidad de experimentar emociones nuevas e intensas. En este contexto y ante el aumento de viajeros ávidos de conocer los secretos de los monumentos visitados masivamente, nacen los cicerones. Según Méndez Rodríguez, irrumpen en una dinámica donde eran necesarios: “Se trató de la apropiación de los espacios que se visitan por los primeros oportunistas, que conscientes de una mínima posibilidad de negocio se lanzan a la aventura de explicarles a los visitantes lo que están viendo, tan sólo por unas monedas. Son personas del pueblo, por lo general sin formación, los que se convierten en los primeros guías, procedentes de un grupo extraordinariamente heterogéneo.” (373) Sin duda, una actividad floreciente ofrecía amplias posibilidades para obtener ganancias. Los monumentos necesitaban de una interpretación, o por lo menos, de una explicación y esa carencia se advirtió y se satisfizo ampliamente.

Sabemos que en el guión del Guía intérprete está la voz local, comprometida, tan apreciada por el viajero, pues introducirse en el discurso de una localidad, de una región, es introducirse en sus sentires manifiestos y latentes. No obstante, todo Guía interprete debe responsabilizarse del discurso de su guión, para ello es preciso que cuente con las herramientas adecuadas: consciencia crítica, solidez académica, espíritu argumentativo y prudente para no repetir especulaciones deformes, y evitar disonancias desafortunadas. Recomendamos leer el elocuente estudio sobre el discurso de los guías cusqueños de Chara Azurin, quien, tras un paciente seguimiento ha encontrado que éste privilegia lo prehispánico en las pinturas y esculturas catedralicias desde una perspectiva que llama indigenista y nacionalista, en evidente perjuicio de los contenidos virreinales y republicanos:

“Los guías turísticos desempeñan un importante rol en la difusión del patrimonio cultural peruano. Sin embargo, el análisis etnográfico y documental realizado, revela que los guías difunden un discurso sobre la resistencia y el patriotismo de Cusco que subraya positivamente las aportaciones de la cultura Inka e infravalora la etapa colonial y republicana.
En el trabajo se sostiene que esta visión nostálgica es adquirida en los centros de formación académica y es reforzada por determinados medios de difusión, que de modo repetitivo, reproducen el mismo modelo ideológico[2]. La investigación también muestra que esta visión romántica es atractiva para un sector de turistas que buscan una sociedad sin cambios, estática en el tiempo y que ha resistido al dominio español en una manifestación cultural y patrimonial.” (Chara Azurin, 173)

A pesar de la probable aceptación del visitante, parcial o total el guión debiera considerar que toda interpretación apropiada expresa la esencia de los objetos. Más aún, el autor señala que “Dentro de la Catedral se nos explicó sobre la escultura de la Virgen Inmaculada Concepción cuya interpretación corresponde a 3 dioses Inkas.” (Chara Azurin, 183) No obstante la impropiedad de la lectura iconográfica, queremos puntualizar la evidencia encontrada por el estudio: todos los guías repiten el mismo discurso que adquieren en los centros de formación. ¿Se forma Guías que terminan en la obsecuencia absoluta ante una lectura del pasado confusa y deliberadamente orientada, y que terminan siendo cómplices de un discurso que no les pertenece? Sí, al parecer, se está formando Guías con un guión unívoco y sesgado que no debiera permitirse: además de ser inadmisible que amputen una parte importante de la interpretación del objeto o monumento para presentarlo deliberada y falazmente desde una perspectiva contrahecha y forzada, encorsetada en las necesidades actuales de afirmación de un pasado que se privilegia frente a otro, tampoco se puede tolerar que se les aleccione o programe como a un ejército de grabadoras. Frente a ello, el Guía intérprete decide de manera personal y consciente, y consigue desentrañar el alma del patrimonio para exponerla a los visitantes, con afecto y respeto, por ambos. Desde luego, todo buen viajero quiere oír la voz local comprometida, pero la esencia de ese compromiso no se asocia a la confusión, bien intencionada o no, de un  pasado reconstruido, ni a un sentir nostálgico, sino a lo que el objeto nos dice y es. 


                             Imagen 2: Jirón Camaná, Lima, Perú.


[1] Los cicerones fueron llamados así por su gran elocuencia, digna de compararse con la del orador romano Marco Tulio Cicerón (106 a. C.- 43 a. C.).
[2] Subrayados nuestros. 

jueves, 23 de febrero de 2017

Los Guías de turismo y su función

Balcón del palacio Torre Tagle, Lima, Perú. 

Los Guías de turismo y su función: 
Una perspectiva transversal


                         “La perfecta visita guiada no se basa en saber, sino en pensar.”
Sara Manzanares Rubio


“Si se ama el objeto que se interpreta y se ama a las personas que vienen a disfrutar del mismo, no es necesario aprender nada de memoria. Si se ama el objeto, no solo se han tomado las molestias para comprenderlo hasta los límites de la capacidad propia, sino que, además, se puede extraer su especial belleza de entre la riqueza general propia de la belleza de la vida. ”
Freeman Tilden

Todos, o casi todos, hemos quedado agradecidos al menos una vez, al ser guiados por un sitio monumental o natural, al sentirnos estimulados, impactados y hasta sobrecogidos por nuestro guía. Las resonancias de esa experiencia permanecerán toda la vida. Ese propósito debiera orientar el quehacer cotidiano del Guía: estimular, inquietar, sorprender al auditorio. ¿Qué circunstancias son determinantes para que la experiencia de un recorrido sea inolvidable? A través de ésta y las siguientes publicaciones advertiremos y reflexionaremos sobre  múltiples aspectos que creemos útiles para lograrlo, pues pensamos que la práctica de un buen guiado debiera estar sometida a la continua evaluación de sus fines, a una reveladora discusión sobre sus métodos,  a una saludable y permanente revisión.

¿Qué significa ser Guía y cómo se define su vocación? ¿Qué herramientas debe poseer para concretar un buen desempeño? Y, sobre todo, en la actualidad con múltiples accesos a la información, ¿qué condiciones consolidan su labor y la hacen insustituible? Éstas serán, entre otras preguntas, el punto de partida para nuestras reflexiones, que estarán dirigidas y dedicadas especialmente a los Guías, —cicerones, intérpretes y comunicadores del patrimonio— a los especialistas en turismo, y a su público. Nuestras propuestas, no tienen el ánimo de ser concluyentes,  sino el de abrir la discusión que permita llegar a mejores horizontes. Así mismo, deseamos centrar nuestra atención en evidenciar las expectativas frente al trabajo del Guía, es decir, advertir qué espera el público, las instituciones y sobre todo, qué espera la sociedad y cómo se beneficia con su tarea.

Un Guía es una persona especializada en interpretar el patrimonio, es el puente o el vínculo entre el patrimonio y el público, de ahí su rol imprescindible. Para hacerlo, deberá elaborar un guión que busque comunicar su esencia[i]. Tiene que, como señala Tilden, revelar el alma de las cosas (76). Sin embargo, se ha confundido Guiar con describir o reseñar monumentos en un recorrido, de manera mecánica y rutinaria, con un guión fosilizado que no le dice nada a nadie. No, la función primordial del Guía es interpretar los valores patrimoniales con creatividad, compromiso y afecto. Cumplir con esta función primordial es un desafío ineludible para todo buen Guía.

Para formarse como Guía es necesario tener vocación por conocer, —esa saludable curiosidad y asombro frente a todo— que implica tener una indispensable inquietud y disposición para conocer: cuestionarse, preguntarse, emprender una búsqueda permanente. Unida a ello, debiera de haber una férrea voluntad de investigar y permanecer pendiente de nuevos estudios que enriquezcan, complementen o permitan nuevas perspectivas del patrimonio; por último, resulta indispensable asimilar y analizar; integrar, relacionar y consolidar lo que se conoce, para crear puentes entre ese conocimiento y el público, es decir, interpretar. Es preciso recordar, no obstante, que el objetivo principal de la interpretación del patrimonio es la provocación[ii] y no la instrucción, (Tilden, 67) por lo tanto será preciso extraer la información más certera que los receptores requieran.

 A continuación, se precisa una acción clave: saber comunicar. Y comunicar no solo significa  usar la palabra, también es el énfasis y la modulación de la voz, el gesto corporal, la expresión facial. Porque las estrategias comunicativas —verbales o no verbales—de un Guía, fortalecerán o perjudicarán radicalmente su trabajo. Desde luego, elaborar el discurso o guión es esencial; por lo tanto, y para concretar una comunicación óptima, debiera prepararse y estructurarse con esmero, y dirigirse a las condiciones del auditorio y anclarse en sus intereses; debiera estar centrado en comunicar saberes significativos, adecuados a las expectativas y experiencias de los receptores.

Por último, y no menos importante: un Guía intérprete debe sentir entusiasmo y pasión por guiar, una pasión que implica tener un compromiso afectivo con el bien y su comunicación, cualquiera que sea. Un Guía Intérprete debe sentir amor por el patrimonio, por el objeto, esa movilización de emociones será clave para su logro comunicativo. No se trata de una propuesta  retórica, es más bien una sugerencia desafiante: exponer el núcleo del campo afectivo al público será siempre un reto, es exponer-se, pero es imprescindible, hay que entender que antes que nada  la comunicación del patrimonio es una comunicación de afectos.  

Referencias:
Manzanares Rubio, Sara. “¿Las visitas guiadas matan la creatividad?”  Revisado en la red,  el 12 de diciembre de 2016. https://museogogreen.com/2012/06/25/las-visitas-guiadas-matan-la-creatividad/
Memdoza Ontiveros, Martha; Umbral Martínez, María Elena y Arévalo Moreno, Marla. “La interpretación del patrimonio, una herramienta para el profesional en turismo. “ En El periplo sustentable, N 20, UNAM, Junio, 2011. Revisado en la red, el 12 de diciembre de 2016.
Tilden, Freeman. La interpretación de nuestro patrimonio. Carolina del Norte: University of North Carolina Press y Asociación para la interpretación del Patrimonio, 2015.



[i] Entendemos por La esencia del patrimonio a un conjunto de saberes imprescindibles para su comprensión. Se trata de nociones cuya complejidad no está relacionada con un saber o una praxis exclusivamente académica sino también de carácter emocional.

[ii] La provocación, siguiendo a Tilden, tiene que ver con las habilidades que desarrolle el intérprete del patrimonio para sembrar en su público una serie de sensaciones que lo lleven al deseo de conocer y relacionar, agregamos que también la provocación significaría la incorporación del patrimonio: hacerlo suyo, en tanto identificación y sensibilización con los mecanismos para su protección. Es preciso puntualizar la importante relación entre patrimonio e identidad.



                                          Plaza de Santa Ana en los Barrios Altos, Lima, Perú.
                                           Fotografía: Pablo Solórzano.